De muchos otros pintores me distingue una cosa: en el arte me confieso.
Rafael Arutjunjan
No es una casualidad que esas palabras de Rafael Arutjunjan aparecen en el epígrafe del artículo. Es una llave para entender su obra. Toda su vida el artista está dialogando internamente con Dios y confiesa ante la gente. Para la concepción cristiana del mundo, la capacidad de confesar es el principio central del diálogo de un ser humano y Dios y la norma ideal de la comunicación mundana. Dentro del marco de esa norma vive y crea el artista.
En la literatura existen ejemplos magníficos de la confesión: obras de San Agustín, Rousseau, Tolstoi… Los grandes escritores utilizaban ese género como un informe de su propia vida, reflexiones, movimientos del alma. El carácter único de la obra de Rafael Arutjunjan radica en que él había realizado las leyes del género literario y el contenido de la noción filosófico-teológica en coordenadas de la escultura, obras gráficas, pintura y poesía, en las realidades de toda su vida. El carácter confesional del arte del artista junto con las particularidades de su método creador, de un lado, colocan a Arutjunjan en una fila con los creadores más importantes de la época actual y, de otro lado, permiten distinguirlo de esa fila y aislarlo en grado suficiente.
El famoso crítico de arte Boris Moiseevich Bernstein, profesor del estudiante Arutjunjan, con quien, según sus propias palabras “se establecieron relaciones duraderas y cordiales”, determinó el aislamiento del artista de la siguiente manera: “La llamaría abandono del contexto. Ello suele ocurrir con profetas, justos, personas quijotescas, pintores; puede haber cualquier escala, pero el principio es único: no discuto con el siglo, simplemente no lo noto”. Es una definición asombrosamente exacta de la esencia de la obra de Arutjunjan y su lugar en la fila de otros maestros que exige ciertas explicaciones.
La confesión es el análisis de uno, intento de ver a sí mismo del otro lado. Pero lo puede hacer solo la persona, “Ego” es capaz de dividirse en un actor y un observador, diciendo de otra manera: en un hombre interior y exterior. Dejando a identificarse con la corriente de la vida, parece que el hombre se convierte en un ser extratemporal y se incorpora a las verdades imperecederas. Quien no había cobrado razón de ello, quien no pensaba seriamente en el sentido profundo del camino, se halla en la superficie de la vida y le falta la osadía para zambullirse en la profundidad.
Lo que Bernstein llama “abandono del contexto” no es nada más que una faceta importante del arte de confesión de Arutjunjan, su capacidad y valentía de emerger de la corriente de la vida y verla (y a sí mismo) del otro lado. Luego veremos cómo esa mirada se expresa en las obras del maestro.
No es menos justa también la fila asociativa de la expresión mencionada: profetas, justos, personas quijotescas, pintores. Nosotros, contemporáneos de Arutjunjan, estamos privados del don de conocer cuán profética es su obra. Determinarlo solamente podrá Su Majestad el Tiempo. Pero nosotros imaginamos bien qué vida llevan los justos, por qué valores luchan personas quijotescas y qué sentimientos despiertan pintores. Vamos a conocer la vida y obra de Rafael Arutjunjan, intentemos a comprender su mundo interior y escuchar lo que susurran dicen y gritan sus obras.
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Rafael Arutjunjan nació en 1937 en Bakú, en pequeñito cuarto alquilado en la buhardilla de una casa, sus padres eran los Suren y Gojar Arutjunov: en aquellos tiempos los apellidos armenios solían modificar a la manera rusa. En su familia había personalidades bastante pintorescas y brillantes.
El bisabuelo de Rafael por la línea materna Grigor Melik-Shakhnazajan hizo tanto para su país que había sido ascendido al título del noble y recibió del zar el prefijo al apellido: “Melik”, lo que significa el “príncipe”. Vivió en Nagorno Karabaj y para su aldea y su familia era un zar y Dios. Le querían y estimaban, en primer lugar, por haber ganado honestamente una fortuna y, en segundo lugar, por su justicia, cordialidad, hospitalidad y constante ayuda a los pobres. Grigor tenía un patrimonio hermoso: casa con quince habitaciones, una bodega grande con vinos añejos, un huerto frutal…
El bisabuelo de Rafael por la línea paterna Galust Arutjuniants contrastaba completamente con Grigor. Nació y creció en Armenia, en una familia campesina simple, recibió la profesión prestigiosa en aquel entonces de zapatero callejero. Pero Galust no nació para una vida moderada y monótona. El alma rebelde y el deseo de aventuras le llevaron a Bakú. Pero allá tampoco prosperó, ya que era perezoso y le gustaba dormir mucho. Sin embargo, obtuvo la gloria gracias a su valentía y coraje.
El abuelo por la línea paterna Kristofor Arutjunov era un comerciante rico y tenía una tienda de lencería de confección extranjera. Rafael nunca había visto al abuelo por la línea materna Ovaguim. El año de su nacimiento, al viejo sexagenario desterraron a Siberia como “enemigo del pueblo” y forzaron a trabajar abatiendo árboles, donde murió pronto. Claro está que Ovaguim no estimaba a comunistas y a Stalin y metía la lengua donde le quepa. Se convirtió en un “enemigo del pueblo” al decir en una tertulia con amigos que la mantequilla era más barata en tiempos de zar.
El padre de Rafael era militar, servía en Asia Central, ha sido capturado por contrarrevolucionarios locales y estuvo a punto de ser fusilado.
En su libro “Recuerdos de una persona”, que salió en 2003, Rafael Arutjunjan escribe: “Durante la infancia estaba sobremanera orgulloso de mi padre, tan fuerte y valiente, a quien temían otros papás, pero al ser mayor yo estimaba más a mi MAMÁ y estoy orgulloso de ella hasta hoy día y quiero mucho que todos mis descendientes estén también orgullosos de ella”.
La influencia de la madre sobre formación de la personalidad y el mundo interior de Rafael era enorme. Precisamente allí hay que buscar orígenes de su quijotismo, su obra poética, su humanismo. Ella enseñó al hijo a mantener alto el nivel y nunca bajarlo. Enseñó a respetar, apreciar y proteger a mujer, no hacer caso al ambiente, enseñó a ser independiente, bondadoso, magnánimo.
Es imposible describirla mejor que lo hizo su hijo agradecido: “Todos querían a mamá, era imposible no querer a Galochka tranquila, bondadosa y muy femenina. Mamá por su naturaleza tenía afán a lo bello, sublime, poseía una necesidad inagotable hacia el enriquecimiento espiritual. Perdonaba todo a todos, estaba lista para acudir con ayuda a la primera llamada, a la vez nunca perdía su dignidad hasta frente a un agravio, se ha quedado en mi memoria como un ser muy ilustre que he conocido en mi vida”.
Está claro que el hijo nacido y educado por la madre semejante estaba simplemente condenado para las búsquedas largas y con frecuencia vanas de una Única que pareciera, aunque remotamente a su mamá. Adelantando un poco, vamos a decir que aquí Rafael sacó su segundo boleto ganador en la vida. Encontró a su Dulcinea que llenó su vida con el sentido, la luz y fuerza, a la que él no se fatigaba a representar en sus obras y llamarla santa durante todos los años felices del matrimonio.
Pero regresemos a Bakú, en los años soviéticos de preguerra y guerra, e intentemos a ver en un niño callejero descalzo los rasgos del artista maduro Arutjunjan. No en vano dicen que todo lo que pasa con nosotros en la vida madura comienza en la infancia. Rafael crecía como pendenciero y camorrista, pasaba días enteros jugando en la calle y alrededores vecinos, ora con delincuentes menores de edad, ora con estudiosos niños judíos. Nunca consultaba manuales ni diccionarios a diferencia de su hermana mayor Emma que siempre aparecía con un libro en manos. Según reconoce personalmente, era más fácil quitar el hielo de la cima de Ararat que obligarle a leer un libro.
“El Dios dio a Emma la mentalidad analítica investigadora y al mirar a mi lado, decidió no gastar en vano el material tan valioso y puso dentro de mi cráneo lo que tenía a mano: restos de una mezcolanza sensitivo-contempladora de no mejor calidad”, así Rafael había caracterizado con una autoironía propia la diferencia entre caracteres y modo de vida de la hermana y el hermano. Sin embargo, olvidó mencionar que en realidad esa “mezcolanza sensitivo-contempladora” resultó ser no inferior de la erudición fundamental de su hermana.
Lo más probable que precisamente esa “mescolanza” llevó al quinceañero Rafael al círculo de escultura del Palacio central de pioneros, que dirigía Anna Ivanovna Kazartseva, y le obligó a cambiar su vida, su entorno, sus costumbres. Ahora cada día después de la escuela no vagabundeaba por las calles, sino se dirigía al Palacio de pioneros y aprendía a superar la resistencia del material escultórico duro.
La vida se resistía también y Rafael la había vencido. Al finalizar la escuela ya pensaba firmemente que va a ser escultor. Sin embargo, no era tan fácil ingresar en un establecimiento artístico de enseñanza superior: hubo pocas plazas y muchos aspirantes. Como muchos otros jóvenes enamorados en su asunto, presentó tres veces la solicitud, pero no pasaba por el concurso. Algunos se dieron a la bebida, alguien se quebrantaba, otro abandonaba la distancia. Y Arutjunjan se hacía más fuerte con cada fracaso: “Para mí brillaba el sol de la esperanza: algún día todo se arreglará, los sueños se hagan una realidad y voy a ser escultor obligatoriamente. Tendrá una amiga de la vida, la esposa más fiel y afectuosa. ¡Tengo que mantenerme firme!” ¿No es una verdadera profecía? En 1958 Rafael ingresó en el Instituto Estatal de Arte de la República Socialista Soviética de Estonia y en 1964 encontró a Irina, el único amor de su vida, al tercer día pidió su mano y dentro de dos meses se casó.
“Los años de estudio en el Instituto de Arte fueron muy fructíferos”, recordaba Arutjunjan. “No perdíamos tiempo en vano. Trabajábamos en los talleres hasta muy tarde. No me destacaba de manera particular entre estudiantes en el grupo, probablemente solo en la composición. La atmósfera era calurosa, amigable, aunque el ánimo de competencia estaba presente, sin duda alguna, y no podía ser de otra manera”. La composición del profesorado del Instituto era muy fuerte, ahí trabajaban Jaan Vares, Olav Myanni, Martin Saks, Enn Roos, Boris Bernstein. Seis años de estudios llevaron imperceptiblemente a los estudiantes al límite, cuando tenían que demostrar los conocimientos obtenidos: a la tesina.
Ya que en la historia del Instituto de Arte Arutjunjan era el primer estudiante armenio, se esperaba y sobreentendía que escogerá para la tesina un tema étnico cercano, por ejemplo, la tragedia del pueblo armenio durante el periodo del genocidio turco. Pero él entró en el arte de su manera: eficiente y ruidosamente y por la puerta principal. Su composición de cuatro figuras de dos metros veinte centímetros de altura sobre el tema ”Judíos del gueto de Odesa” se llamaba “Condenados” y produjo una verdadera alarma en la Comisión de exámenes, puesto que en aquellos tiempos era hasta peligroso pronunciar la palabra “judío”.
El propio Arutjunjan explicó la selección del tema de siguiente manera: “El Holocausto ha sido y sigue siendo hasta hoy día una herida no cicatrizada, cuando fascistas exterminaron fusilando y envenenando en cámaras de gas a más de seis millones de personas. Eso todavía no cabe en mi cabeza. Además, el tema no era resobado: pocos artistas, por lo menos en nuestro país, se atrevían a abórdarlo. Y eso era un factor importante para la inspiración creadora”.
Boris Moiseevich Bernstein, quien daba consejos a Arutjunjan, cuando la idea solo empezaba a adquirir una forma tangible, en el prefacio a la monografía “Rafael Arutjunjan” valoró de esa manera la importancia de la tesina para toda la obra del artista: “En esa selección temprana veo los rasgos del carácter que determinaron más tarde mucho en su conducta vital y artística. Es menester recordar que se trata de los tiempos, cuando una sola mención de la exterminación sistemática de judíos provocaba la irritación partidista-gubernamental. ¿Ha sido su proyecto un acto de rebeldía que luego recibió el nombre de disidencia? No lo sé. Pienso que era algo otro y, probablemente, mayor: la manifestación de la libertad interna”.
No se sabe cómo acabaría la reunión de la Comisión de exámenes, si Arutjunjan hubiera estudiado en Petersburgo o Moscú. Pero Estonia en aquellos tiempos era, tal vez, la república de la Unión Soviética más liberal y librepensadora, donde se percibía con fuerza mayor la influencia del arte occidental. La tesina de Arutjunjan recibió la nota más alta. Así comenzó el quijotismo del artista: un camino de lucha contra todos los tipos del Mal.
A tenor de las reglas de aquello tiempos, cada graduado de un establecimiento de arte de enseñanza superior tras defender su tesina tenía que trabajar un año, dos o tres en algún establecimiento de perfil cultural y luego, en un día señalado, presentarse en el instituto y recibir solemnemente su título de terminación de estudios. Arutjunjan trabajó su año en Bakú como jefe del círculo de escultura del mismo Palacio central de pioneros, y en tiempo libre impartía clases de dibujo dos veces a la semana en una escuela. Durante aquel año pudo casarse, recibir el título y decepcionarse del ambiente creador de Bakú: “Había dejado un ambiente civilizado benévolo conmigo y regresé a una atmósfera complicada, donde bullían discordias creadoras y no, que se convertían en un ajuste de cuentas casi gangsteril con uso de armas blancas y de fuego, donde cada tercer escultor hacía un encargo estatal de un monumento a Lenin, frecuentemente con la mano extendida hacia adelante y las esculturas de encargo y “hechas por creación” prácticamente no se distinguían”.
Con el título tan deseado en el bolsillo, en el umbral de su carrera creadora, lleno de pensamientos, ideas y planes, Rafael se encontró de repente ante un dilema: ser suyo entre los ajenos o ajeno entre los suyos. ¿Aceptar lo que sugería el corazón y regresar a Tallin o ceder ante tradiciones y quedarse en Bakú? Después de ciertas vacilaciones escogió el primero y… se había asustado: ¿entenderían esa decisión las personas más cercanas: la mamá y esposa?
Le conmovieron las palabras de mamá: “Lamento que te he hecho regresar a Bakú (mamá llegó para asistir a la defensa de mi tesina), tenías que quedarte allí, en Tallin, donde podrás tener un futuro. Aquí ya no lo tienes y es poco probable que lo tengas. He vivido toda una vida y sé lo que estoy diciendo. Allá encontraste amigos y personas que comparten tus ideas, además el aire de Tallin influye favorablemente en tu creación. Sé que tu vida radica en la creación”.
Con la esposa, según Rafael, empezaron largas y agotadoras conversaciones que se convertían en riñas. Educada en una familia muy apartada del arte, ella no podía comprender qué le obliga a dejar todo que es tan querido y amado: amigos, familiares, ciudad natal, e ir a esa tierra tan fría, donde habitan personas con emociones tan reservadas que parecen unas estatuas. Más que su esposa, sus padres estaban en contra de la decisión de marchar. Rafael se sentía muy infeliz y se movía de un lado a otro sin saber qué hacer.
Y aquí otra vez le ayudó su mamá. Esa vez con su inesperada y súbita muerte. Parecía que con su salida de la vida ella le haya dado el último impulso que le faltaba para no destruir su propia vida. “Para mí eso era un choque, del que no podía recuperarme durante largos años. Estuve agobiado por el sentimiento de una profunda soledad. Nadie me comprendía como ella, y, como me parecía en aquellos tiempos, no amaba tanto. <…> Me despedí de ella en pensamientos una vez más, arreglé urgentemente cuentas en el trabajo y, al hacer maletas en un solo día, partí en avión a Tallin”, recordaba Rafael.
Resultó que la joven esposa Irina quería no solo su casa, sus amigos y su ciudad, sino también a su marido. Por eso, al graduarse de la universidad, se mudó en seguida a Tallin para empezar a arreglar una vida familiar larga y feliz.
Para aquel tiempo el joven escultor ya pudo establecerse en el nuevo lugar. Todas las cuestiones domésticas se resolvieron bastante rápido: Olav Myanni ayudó con el empadronamiento en Tallin, Boris Moiseevich Bernstein intercedió en el problema del taller, Matti Varik ayudó con el trabajo. En aquel entonces era prácticamente imposible encontrar trabajo con la especialidad de escultor y Arutjunjan fue a trabajar en un taller de tratamiento artístico de piedra o, simplemente a trabajar de grabador de lápidas memoriales. Primeramente parecía que ese trabajo difícil y triste, que servía solo para alimentar la familia, sea temporal, pero hizo gastar 17 años de vida del artista y arruinó su salud. Y la alimentación era insuficiente, ya que el salario se pagaba a destajo y era escaso. La familia a duras penas podía salir de apuros. Sin embargo, ese trabajo dio a Arutjunjan lo principal: la posibilidad de crear tal como él mismo quería, es decir, la libertad. Para el arte quedaban las noches, días de asueto y vacaciones. No quedaba nada para el descanso.
En 1968 en la familia de los Arutjunjan, que todavía vivía en una pequeña habitación de solo nueve metros cuadrados, ubicada junto al taller, nació un hijo. El padre le eligió el nombre singular y varonil: Areg. Ese antiguo nombre armenio tiene sus orígenes en un cuento de Aregnazán y Nunufar. En el cuento se relataba que cuando el joven nombrado Aregnazán encuentre a su prometida Nanufar, de su nombre desaparecerá la terminación “nazán” y quedará solo “Areg”. La palabra “Areg” significa “sol” y en sentido figurado: “vida”. Dentro del medio año para Arutjunjan llegó el turno para un apartamento de dos habitaciones en una cooperativa y, con ayuda de un compañero de Instituto, Endel Palmiste, lo había obtenido. Ahora en la vida de Rafael más o menos todo se ha arreglado y se podía dedicarse de lleno a la realización de sus ideas artísticas.
En los primeros años el lugar especial en su creación lo ocupa el retrato escultórico. Parece que puede expresar en un material duro cualquier idea suya. “Irochka”, “Tania”, “Cabeza de una mujer joven”, más tarde “Máscara”, “Cabeza de mujer”, “Sueños”, “Cabeza decorativa”, “Cabeza del hijo”, “Viola”, “Minas Avetisyan”, “Allochka”… El autor logra sin trabajo especial reproducir ritmo en las figuras inmóviles: el ritmo interno de la estática. Él dice con su modestia innata: “Raras veces me arriesgo a llamar mi trabajo como un retrato. Suelo escribir “Cabeza de Hombre”, “Cabeza de mujer”. Es que el retrato es la cosa más compleja de lo que pueda existir en el arte. Hay que interpretar el mundo espiritual de tu interlocutor, su naturaleza y al mismo tiempo expresar a sí mismo”.
El gran admirador de la obra de Arutjunjan, crítico de arte, asesor del presidente de la Academia de Bellas Artes de Rusia Aleksandr Sidorov en el artículo “Espinas y estrellas de Rafael Arutjunjan” caracterizó de la siguiente manera el arte retratista del maestro: “Estamos convencidos de que Rafael Arutjunjan podría ser un escultor exitoso, ampliamente reclamado y próspero en todos los aspectos, si se dejase tentar por la especialización de crear retratos escultóricos de personas conocidas y “necesarias” para su carrera, así como de miembros de sus familias, especialmente niños y representantes del bello sexo. Precisamente ello había asegurado el ascenso sin precedentes y prosperidad envidiable de semejantes artistas, pero pintores, como Ilya Glazunov, Aleksandr Shilov y Nikas Safronov. Pero, al negarse a completar la galería oficial de los obreros y koljosianos famosos, funcionarios estatales y personalidades de la cultura, militares y deportistas, cosmonautas, exploradores polares y otros “héroes del día”, esculpidos por un patrón aprobado por el centro y destinados para exposiciones de un solo nombre “Nuestros contemporáneos”, Arutjunjan no había escogido el sendero de pioneros del arte de salón que habían nacido en la época previa a la perestroika, que va patrocinado tanto por “los investidos del poder”, tanto por nuevos ricos de la era postsoviética de todo tipo de pelaje”.
La tentación mencionada por Sidorov era de verdad una prueba seria para todos los artistas de aquel entonces. Frecuentemente tenían que escoger entre el éxito, renombre y condecoraciones, de una parte, y la fidelidad a sí mismo, sinceridad y verdad, de la otra parte. Y la escultura monumental, más que cualquier otro tipo del arte, la determinaban autoridades oficiales. La gran mayoría de esculturas monumentales llevaban un sello ideológico y por ello no tenían carácter sincero. Joven, pero creativamente maduro Arutjunjan hizo su elección, cuando se fue a grabar inscripciones en las lápidas memoriales. Más tarde lo había formulado así: “Al comprender desde el propio inicio toda la humildad de la lucha por obtener pedidos estatales y ejecutarlos, cuando te agobia un consejo artístico, cuando te obligan a traicionar a ti mismo, ser sirviente de ideas o personas marcadas por el poder, decidí firmemente no buscar ni luchar por pedidos, sino vivir, es decir, ganar para mí y la familia el pan de cada día con cualquier otro oficio”.
Sin embargo, Arutjunjan una vez hizo tentativas de reunir lo incompatible. En 1970 el país se preparaba para celebrar solemne y pomposamente el cien aniversario de nacimiento de V.I. Lenin. Las autoridades oficiales decidieron renovar el monumento dedicado al adalid del proletariado mundial, ubicado frente al edificio del Comité Central del Partido Comunista de Estonia. Rafael Arutjunjan inmediatamente y con entusiasmo empezó a trabajar. En primer lugar, porque no tenía que humillarse para obtener ese encargo estatal, solo hacía falta vencer en un concurso honesto y, en segundo lugar, se podía crear una imagen completamente nueva de Lenin: o cansado, o dubitativo, o triunfante, pero, al fin y al cabo, sin la mano extendida hacia adelante.
Según las palabras de un miembro del jurado, “el monumento de ningún otro concursante había sido tan parecido a la imagen del adalid como el de Arutjunjan”. Después de hacer el resumen, se ha quedado con el accésit y un regusto grave de lo vivido y visto durante la participación en el concurso. Precisamente entonces Rafael Arutjunjan dio la palabra a sí mismo de no trabajar más bajo ningún pretexto con imágenes encargadas. Y cumplió su palabra, argumentando su decisión de la siguiente manera: “Existencia permanente de competencia, envidia, acechos para averiguar quién gana más hacen daños al arte. Cuando el artista empieza a observar y olfatear a sus colegas de oficio, tratando de determinar quién es más talentoso y quién es más exitoso me recuerda la variante inteligente de un criadero de monos. Uno obtuvo encargo, sobre uno escribieron algo, y sobre otro no. Y solamente muy pocos artistas no prestan atención en los bienes sociales y materiales, sino escudriñan sus propias entrañas. Solo muy pocos artistas son capaces de llegar a vivir, crecer, madurar y, probablemente, hasta envejecer antes de empezar el diálogo con el Señor Dios. Solo entonces el artista se renunciará de todo lo mezquino y empezará su búsqueda en el arte”.
El siguiente decenio ha sido muy tenso y fructífero. Durante los años 1970 Arutjunjan trabajaba mucho, participaba en todas las exposiciones urbanas y republicanas, y a veces, en nacionales. A los retratos lírico-filosóficos se agregaron trabajos sobre temas socialmente importantes que por eso preocupaban a Arutjunjan. Con más agudeza reaccionaba al dolor, injusticia, opresión e intentaba de detenerlos con los medios artísticos. En 1973 se extendió por el mundo entero la noticia del asesinato feroz en el estadio de fútbol de Santiago de Chile del cantautor y compositor Víctor Jara. En 1975 el escultor expresó su tristeza mediante la composición “El árbol del dolor. A la memoria de V. Jara”. En general, los acontecimientos en Santiago habían conmovido tanto a Rafael Arutjunjan que el tema chileno encontró su continuación y en otros sus trabajos “Las sombras de los caídos claman. Santiago”, “Eso se repitió en Chile”, en la misma fila se encuentran los trabajos “Cámaras de tortura. A los luchadores por derechos humanos”, “Tiempos duros. Año 1937”, “Página de la historia de mi pueblo. Karabaj”, “Aviso” sobre la Catástrofe de Chernóbil, “El mundo está loco, loco” sobre el drama afgano y muchos otros.
Aleksandr Sidorov caracterizó así la capacidad del escultor para captar finamente y responder a los acontecimientos trágicos de la época: “Muy sensible a los sufrimientos ajenos, Rafael Arutjunjan se ve obligado a reconocer que la humanidad aprendió mal las lecciones del pasado y que el triunfo de los mandamientos de la virtud cristiana no llegará en un futuro próximo ni mucho menos. Con el tiempo para el maestro se pone más evidente que la justicia del pensamiento de que la oposición a las desgracias y defectos del tiempo no es solo destino de los personajes literarios (“Danko”) y las personalidades heroicas reales (“Figura en el espacio. A la memoria de cosmonautas perecidos”), sino de cada persona de buena voluntad, adepta a la justicia, es decir, de él mismo”.
Paralelamente con la ampliación del temario de los trabajos se enriquecían también los medios artísticos del escultor. Se probó en diferentes materiales, en diversos géneros, buscaba y encontraba nuevos medios expresivos, aluminio, cobre, bronce, yeso, madera, granito le estaban atrayendo con sus posibilidades inexploradas y expresaban dócilmente sus pensamientos y sentimientos. “Los secretos de comprensión del material se descubren después de mucho tiempo y si trabajas en diferentes materiales: el tiempo todavía es mayor. Algunos escultores se consagran a un solo material, pero yo tenía interés y curiosidad en todos. Probablemente no alcancé alturas de maestría que podría alcanzar, si hubiera trabajado en un material, pero, a pesar de todo, siempre he tenido la intención de comprender sus secretos”, reconoció más tarde el artista. El idioma plástico se hace más lacónico y preciso todavía, en tanto que los trabajos aún más expresivos y elocuentes.
Todos esos éxitos convencieron a Arutjunjan que él se había realizado como un artista y en 1971 decidió organizar su primera exposición personal. Una de sus misiones era el ingreso en la Unión de Pintores: así era la regla general para todos. La exposición tuvo éxito entre colegas y conocedores del arte. Pero cuál ha sido la sorpresa de Arutjunjan, cuando en la solicitud de ingreso en la Unión de pintores leyó la siguiente resolución: denegar debido al profesionalismo insuficiente de los trabajos presentados. Sin embargo, Arutjunjan no hizo la pregunta de por qué entonces ellos compraban sus trabajos y los enviaban a las exposiciones nacionales. Dentro de seis años organizó una nueva exposición personal impresionante y sin demora alguna fue admitido a la Unión.
En 1977 inesperadamente para muchos Arutjunjan ingresó en el partido. ¿Qué pensaba al tomar esa decisión un hombre cuadragenario, independiente en sus juicios, persona apolítica, cantero con diez años de antigüedad, escultor conocido en el país y miembro de la Unión de Pintores? Es posible que nos ayudan a resolver ese incógnito las palabras del propio Rafael Arutjunjan: “A mí me parece que la principal diferencia de nuestra generación era la fe. <…> Creíamos no porque éramos unos bobos ciegos, sino porque éramos hijos de nuestro tiempo como lo son ramas del propio tronco. Esa fe no solo era una creencia en la predestinación de la gran misión del nuestro Estado como un país con el régimen más progresista en el mundo, el socialismo, sino una fe en el hombre que había creado ese régimen”.
Los días llenos de trabajo, creación y preocupaciones familiares iban convirtiéndose en semanas, meses, años. De día: un trabajo duro en el taller de picapedreros, por las noches y durante días de asueto: trabajo para el alma en su propio taller. La vida de un justo: “Vivo como trabajo. Por mi estructura interna aprecio y siempre estaré apreciando a personas justas, y yo mismo intento ser así. No conozco el resultado, pero toda mi vida trataba de no pecar”.
Después de diecisiete años de trabajo de cantero Arutjunjan sintió el cansancio. La salud que antes no le preocupaba, ahora con frecuencia requería la atención – le dolía el corazón. En 1983 el escultor decidió cambiar el trabajo: se fue del taller de picapedreros y se colocó en la Fábrica de artículos radioelectrónicos “Punane”, donde trabajaba de 16:00 a 7:00 dos días sí un día no revisando pirómetros. Se quedaba más tiempo y fuerzas para la creación y familia. Así pasaron siete años más. En 1990 ya tenía la antigüedad laboral de veinticinco años y Arutjunjan sin pensar ni un minuto se despidió. Y aunque le faltaban dos años para jubilarse por edad, eso no le detuvo. Decidió dedicarse por completo a lo que amaba: creación y familia.
Precisamente durante ese periodo el enorme país se tambaleó y empezó a derrumbarse. Después de la muerte de Brezhnev que manifestó el final de una vida incolora y monótona, los acontecimientos políticos cambiaban uno al otro tan vertiginosamente que no quedaba tiempo para comprenderlos. En las mentes y corazones se anidaron la confusión, perplejidad, el miedo… En aquel entonces Arutjunjan que ya dominaba virtuosamente los medios artísticos de expresión de la realidad, ahora quedo pensando sobre los medios de su comprensión. Buscando el sentido de lo que acontecía, el artista iba del concreto a lo abstracto, de la imagen al símbolo. Los trabajos de ese periodo, tales como “Página de la historia de mi pueblo. Karabaj”, “Réquiem. A las víctimas del terremoto”, “Se dedica a las víctimas del estalinismo”, “Dragón. Engendro del sistema”, “Basurero”, “Puente televisivo”, “Vuelco al ataúd” no son tanto esculturas clásicas, como estructuras de composición múltiple o instalaciones que transmiten más que otras la angustia del alma humana. Según Sidorov, el trabajo creador del maestro durante aquel periodo era semejante a una autocrítica espiritual despiadada, juego doloroso solitario consigo mismo, composición de jeroglíficos espaciales importantes solo para él, cuya solución es inaccesible para el sentido estético común que ve en ello solo un “basurero” de cosas fortuitas (“Basurero”).
En 1997 en el Centro cultural, sito en la calle de Sakala, tuvo lugar la cuarta exposición personal de Arutjunjan. Ha sido organizada en ocasión del 60 aniversario del maestro y en ella se demostraban más de 100 trabajos. Los críticos, colegas y admiradores de la creación del maestro vieron en esas obras un testimonio unívoco de los cambios importantes en la manera creadora del escultor. Fue evidente que el maestro se alejó de los cánones habituales para él, perdió interés a materiales naturales. Los especialistas lo identificaron como un retiro al conceptualismo, cuando las imágenes materiales, concretas van sustituyéndose por símbolos y convencionalismos, mientras que la búsqueda de la idea se expresa no en el propio material, sino en su capacidad de combinación en su medio circundante. El propio Arutjunjan calificó así aquel periodo: “Me parece que en la escultura me había exprimido hasta no poder más”. Prácticamente la misma idea y con el mismo motivo expresó también Aleksandr Sidorov: “Él puso un punto firme en su carrera de artista escultor. No lo puso la mano dolorosa – es una explicación bastante prosaica y no primordial – sino lo había puesto el alma del maestro consumida, agotada y mutilada por los sufrimientos a causa de las tragedias del siglo XX”.
Después de la cuarta exposición personal, Arutjunjan desapareció inesperadamente de la arena de la vida artística capitalina para presentarse dentro de cinco años en la exposición personal de 2002 en dos hipóstasis a la vez: como grabador y pintor. La exposición que contaba con 230 obras tuvo lugar en agosto de 2002 en la misma sala. Rafael Arutjunjan recordaba así aquel periodo: “Mi nombre como escultor ya era bastante conocido no solo entre profesionales, sino también entre la opinión pública estonia, pero nadie me conocía como un grabador o pintor. De ahí el interés elevado con matiz de cierta confusión: ¿Qué Arutjunjan es este?” ¿Rafael? ¡Pero es un escultor! ¿¡Y 230 trabajos?! Hay que ver…”
Y asistían, veían, se maravillaban, se extrañaban. Y tenían motivo. Brillante dibujante, él con asombrosa precisión y profundidad, con trazos y líneas transmitía no solo detalles de lo pintado, sino también los pensamientos, sentimientos, dudas. En los retratos familiares y colectivos, en la serie animalista y en alegorías multiaspectuales buscaba, como antes en la escultura, y encontraba respuestas a las preguntas que le estaban preocupando.
En lo referente a los lienzos artísticos expuestos, estos provocaron el efecto de una bomba explotada. No parecidas a nada y, al mismo tiempo, reconocibles, paradójicos por forma y harmónicos por la concepción, inesperados, brillantes y contrastantes, los cuadros hacían que los visitantes se detengan largo rato, les obligaban a pensar, recordar, analizar, confrontar. Estaban despertando la imaginación, avivaban recuerdos, nacían analogías, hacían preguntas… Se podía nombrar condicionalmente la forma encontrada por Arutjunjan la “evaluación nueva de la objetualidad” por analogía con la “nueva objetualidad” que a principios del siglo XX consolidaba el cubismo. Su esencia consiste en que los objetos acostumbrados, arrancados de los enlaces habituales con los objetos circundantes, se presentan en combinaciones casuales, paradójicas. Según las palabras de Aleksandr Sidorov, el artista descubrió un género nuevo: género del retrato festivo-regalo y amuleto que incluye invariablemente ora “piedrecitas coloreadas como salvas al honor de la bondad y belleza” (“Nieta Diana”) ora palabras compuestas por caracoles “A ti de mi parte” (“Donativo a esposa”), ora “abalorio de ámbar y una flor blanca con la perla en el medio: símbolo de sol y bondad como un valor perenne” (“Vika”), ora signos zodiacales y “piedrecitas contra aojo” (“Tatiana Shteinle”, “Nastenka”, “Muchacha y hámster”, “Rimma Kazakova”, “Lada”, “Retrato de Gurovaia”).
En sus cuadros el pintor estaba continuando su conversación con Dios comenzada hace muchos años atrás. Ahora sonaba más alto que antes. En los nombres de los cuadros eso tenía el siguiente aspecto: “El Dios es amor”, “El Carpintero Divino”, “Los Caminos del Señor son inescrutables”, “Cirio del Dios”, “Iconos en el espacio”, “Vuelo al paraíso”, “Vuelo al infierno”, “Revelación”, “No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos…” La esencia de las nociones teológicas de Rafael Arutjunjan expresa de manera más completa el cuadro “La cruz”: unión, igualdad y grandeza de todas las religiones más grandes del mundo. “Las verdades bíblicas me parecen indiscutibles. Están probadas por milenios. Pero es imposible basarse solo en ellas, ya que la vida es multiforme. Hace y vuelve a hacer nuevas preguntas y frecuentemente deja desconcentrado al hombre. Hay que partir de las verdades bíblicas, pero seguir adelante por su propio camino hacia su propia verdad, su cima”.
Parecía que la vida se arregló y tuvo éxito. El hijo Areg creció, terminó escuela, pasó servicio militar, se graduó del instituto, se casó con su gran amor Svetlana y tuvieron la hija Diana y luego el hijo Gabriel. Heredando de su tatarabuelo Grigor Melik-Shakhnazajan las cualidades comerciales, al igual que su predecesor arreglaba su negocio a partir del cero, la esposa Irina al trabajar durante largos años como maestra del sector de doradura y plateadura de la Fábrica “Kalinin”, por fin se jubiló. Apoyó la afición de Rafael a la pintura y estuvo contenta de que él estaba días enteros en su presencia y le ayudaba con que podía: hasta le acompañaba en las tiendas para encontrar “piedrecitas-caracoles” para sus cuadros. Les visitaban conocidos, Rafael pintaba y dibujaba sus retratos, se entablaban conversaciones interesantes sobre diferentes temas y en pausas se tomaba tradicionalmente el té. Rafael e Irina consiguieron por fin todo en lo que soñaban desde la juventud: fama, reconocimiento, hijo exitoso, nietos… Pero estar juntos cogidos de las manos en la cima de su vida y sueño, les quedaba poco. El 26 de enero de 2003 Irina murió.
Al caer en el abismo sin fondo de la soledad, angustia y pena, Rafael se había callado. Todas las fuerzas servían para entender la pérdida. Todo lo demás perdió el sentido. Lentamente, con ayuda delicada de los íntimos Rafael se puso en el camino de superación de la crisis. La ira cambió el choque y con duras penas pasó a la etapa de reconciliación-negación. La sustituyó una verdadera tristeza, tiempo, cuando el dolor espiritual llega a ser máximo y el hombre experimenta verdaderos sufrimientos. La tristeza no agotada es un freno de la vida, porque el hombre se opone a la tristeza con mayor resistencia. La resistencia de Rafael se extendió a dos años. Probablemente duraría hasta hoy día, si no fuera por la preocupación, paciencia y amor de Areg y su familia. En esos dos años cupo todo: desde la creación del sitio web del artista en Internet y viaje a La Meca de Artes, Italia, hasta la salida de la monografía de 600 páginas en colores del artista que incluye diapositivas perfectas de todas sus obras.
En 2005 Rafael al fin y al cabo llegó a la última etapa de superación de la crisis – conciliación con la situación – y aprendió a vivir más o menos con su tristeza: “Lo más penoso es el sentido de desolación con que estoy viviendo ahora. ¿Y vivo yo? Es lo que no quiero del todo. Hasta el hijo, los nietos y la nuera tierna y cariñosa no pueden llenar en mi alma el vacío inmenso que se formó después de la muerte de mi querida compañera de vida con la que había vivido casi cuarenta años”.
Volvió a tomar los pinceles olvidados y empezó a pintar. La exposición de 2007 en ocasión del 70 aniversario del artista contó con 50 obras realizadas durante ese periodo. Si existiera la costumbre de dar nombres a exposiciones personales, esa se llamaría “El sufrimiento”. Y en ese sentido el trabajo central es el cuadro “El transeúnte”: la figura helada y encorvada de un viejo en el borde de una mancha de luz, rodeada de muros ciegos. La gama de colores hace sumergir al espectador en un estado lleno de tristeza, los exiguos medios artísticos despiertan la empatía, mientras que la composición precisa hace que el ojo busque en los planos verticales aunque sea un solo vano. Pero ese no existe. Al comprender la desolación presente, la mirada vuelve a la figura helada y casi involuntariamente sube arriba. A la salida. Al cielo. Al Dios.
Los admiradores y conocedores de la obra de Arutjunjan prestarán atención en su fidelidad a sus ideales, temática, humanismo. Sigue hablando con Dios. “Benditos los de corazón puro, son los que ven a Dios”, “Caminando sobre las aguas”, “… Y el Espíritu Santo en forma de paloma, se posó sobre él”, “… Y el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo”, “Ante el Santo Sepulcro”, “La Resurrección de Lázaro”, tríptico “En el Gólgota: Jesús, Burlón. Arrepentido”, “¡Escúchanos, Señor!”… Como siempre el lugar importante en la creación lo ocupa la esposa (“El mundo es bello, pero tú no estás ahí”, “Bendito sea tu nombre”, El cuento de la vida se terminó”, Mi ángel se fue volando”, “Muy alto está mi ángel, no lo alcanzo ni lo abrazo”) y miembros de la familia (“El nietecito Gabriel”, “Mi Dianita”). Como de costumbre el artista está buscando su verdad: “Eternidad”, “Epístola Nº 1”, “Epístola Nº 2”…
La capacidad de confesar con que hemos empezado ese relato de la vida y creación del “artista estonio con raíces armenios” Rafael Arutjunjan en una u otra medida es propia para todos los tipos de su creación: y escultura, y obras gráficas, y pintura. Pero ella suena más alto y penetrante en su poesía. En el libro “100 versos” que salió en 2004 están reunidos los versos escritos por el autor en el transcurso de toda su vida. “Los versos representan lo que no he logrado decir en escultura. O aquello, lo que probablemente no hace falta expresar en escultura. Es bastante expresarlo en versos, pero tan sinceramente, como en escultura. Y en escultura eso debe ser una confesión. Por ello… por eso me siento un poco cohibido por ellos”, dijo el autor.
A veces ingenuos y sencillos, a veces elevados y solemnes, ellos relatan sobre la vida del Alma que es turbada, contradictoria e inexplorada. Que uno de esos versos maravillosos termine nuestro relato incompleto.
Hojeo años pasados
Leyendo mi propia existencia,
Vuelos del alma incalmable
La presento a su sentencia.
Véanla solo un poco,
Lean la vida infernal,
Allí verán mi braveza y flaqueza,
Es pura verdad, es real.
No me juzguen tan severo,
Les abrí la profundidad.
Y no cabe ella en frase,
Ni penetra en su verdad.
De instantes y eternidad,
Del amor testado,
De pecados míos y suyos
Mis versos dicen verdad.
Ámenme porque soy débil,
No porque voy a morir,
Ámenme por mi valentía,
Por decirles lo que yo soy.
Emma Darvis